Fotografía: Koldo Fernández Gaztelu
Castilla y León es una de las regiones del mundo con más patrimonio cultural y natural, fruto tanto de su historia como de su extensión territorial. Muchos de sus Bienes de Interés Cultural (BIC) se encuentran en entornos naturales y rurales, con la consiguiente demanda de vigilancia, así como de atención a las personas que los visitan. En los últimos años, la Junta de Castilla y León viene detectando la necesidad de sustituir las actuales casetas presentes junto a algunos de estos BIC, con el objeto de dignificarlas acorde con los monumentos y lugares a los que prestan servicio.
Estos 2 pabellones suponen un proyecto piloto que podría ser fácilmente exportable a otros BIC de la Comunidad Autónoma. El primero de ellos se ubica junto a la ermita visigoda de Quintanilla de las Viñas (Burgos), uno de los pocos ejemplos de esta arquitectura conservados en la Península Ibérica, y que fue declarada Monumento Nacional en 1929. El segundo se sitúa en el yacimiento arqueológico de Arrabalde (Zamora), en lo que antiguamente fue un castro prerromano, declarado BIC en 2006. Al revisitar el Museo de Zamora, obra de Tuñón y Mansilla que tanto admiramos, descubrimos con sorpresa que entre sus piezas más valiosas custodia el “Tesoro de Arrabalde”, para el que los arquitectos diseñaron expresamente una vitrina, que simultáneamente es un cofre, dentro del gran cofre que es el edificio en sí mismo.
Fotografía: Koldo Fernández Gaztelu
Los pabellones podrían definirse como una caja de madera ligeramente elevada del suelo y situada bajo un plano horizontal de acero. Compactados al máximo para disminuir su presencia y aumentar su eficiencia, protegen a los guardas de las inclemencias del tiempo, a la vez que les posibilitan la conexión visual con el paisaje exterior. Como si de un mueble se tratara, se construyen exclusivamente con madera y acero, de manera industrializada y por tanto fácilmente reproducible. En estas situaciones, construir en taller con apenas 2 gremios (carpintero y herrero) reduce notablemente los costes, lo que ha supuesto una de nuestras principales preocupaciones. Los pabellones se abren o cierran según las necesidades. Cuando están en “estado de latencia”, se manifiestan externamente como un cofre totalmente cerrado y protegido. Su revestimiento exterior es de tarima de madera negra colocada en vertical mientras, al interior, su estructura de panel contralaminado de madera queda totalmente vista, aportando una sensación más cálida.
Economía, sostenibilidad y reversibilidad han sido 3 principios básicos al proyectar estos pequeños edificios, que pretenden no dejar huella alguna en aquellos lugares donde se ubiquen. La cimentación es superficial y de madera tratada. La tarima de madera de fachada se protege con la técnica tradicional japonesa del Shou Sugi Ban, basada en la carbonización. La cubierta se resuelve con chapa engatillada de acero y queda rematada por un fino alero de acero negro natural, con leve pendiente hacia sus bordes para desalojar el agua de manera natural, así como para protegerse del sol. El consumo energético es casi nulo gracias al gran aislamiento térmico de fibras de madera y al uso de energías tradicionales, reciclables y limpias: calefacción mediante una pequeña estufa de leña, lavabo de pedal e inodoro seco ecológico que garantiza un ciclo cerrado.
Fotografía: Koldo Fernández Gaztelu
En resumen, se ha buscado una actuación sencilla, lacónica, sensata y acorde con las necesidades. Una actuación esencial, lógica y discreta. Sin nada accesorio ni caprichoso. Elocuente, pero no locuaz. Respetuosa con las preexistencias, el paisaje y el medioambiente. Dadas sus pequeñas dimensiones y su ligereza, los pabellones se construirán íntegramente en taller y posteriormente se transportarán hasta cada uno de los lugares para su colocación precisa.
*La dirección de obra de Quintanilla de las Viñas no corrió a cargo de Gaztelu Jerez Arquitectos.
Fotografías: Javier Bravo Jabato
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Publicado: Nov 23, 2017