Fotografía: Adrià GoulaCon rostro reposado y numerosas heridas en su piel, se levanta en Vilanova de la Barca la iglesia de Santa María. Un edificio del siglo XIII que quedó parcialmente derribado en 1936 a causa de los bombardeos de la Guerra Civil Española. Desde entonces la iglesia permanecía en un estado de ruina general y sólo conservaba su cabecera oriental, la fachada de poniente y algunos fragmentos de sus naves. Recuperar los restos de la antigua iglesia y reconstruir su forma original es la voluntad principal de la intervención; establecer un diálogo vivo entre las partes nuevas y antiguas, entre el presente y el pasado. La planta original de la iglesia responde a un tipo basilical de dos naves, presbiterio y capillas laterales. Tiene 22 metros de longitud y 7 metros de anchura y el espacio interior se eleva hasta 10 metros. En la parte oriental se conservan unos imponentes contrafuertes laterales, posiblemente de origen románico, y en la cabecera una bóveda de crucería tardo gótica del siglo XVII. Toda la iglesia se construyó con un sillar de la zona muy bien aristado y colocado a rompejuntas, muy dañado por el clima del lugar y la erosión del tiempo. Más recientemente la iglesia sufrió algunas intervenciones de gravedad, siendo la más desafortunada la construcción de una vivienda unifamiliar adosada en el espacio del antiguo foso.
Como punto de partida, el proyecto plantea la restitución de la volumetría original y la recuperación de su espacialidad de planta basilical. Para ello se propone la construcción de una nueva envolvente continua que cierra el interior de la iglesia y habilita el espacio como nueva sala de usos múltiples. Todo el sistema se concibe como una nueva cáscara cerámica que se deposita delicadamente sobre los restos de los muros primitivos. La nueva envolvente, formada por una fachada de dos hojas y una cubierta a dos aguas, se sustenta mediante una estructura de hormigón oculta, perfectamente regular y escuadrada y que funciona como elemento de replanteo entre las partes nuevas y viejas, entre la irregularidad de los muros antiguos y la precisión los nuevos paramentos propuestos.
Interior y exterior reciben tratamientos divergentes pero complementarios. Desde el exterior, la envolvente se muestra hermética y opaca, sin ventanas, como una textura que sirve de telón de fondo de la antigua iglesia; mientras que el interior destaca por su contraste entre lo nuevo y lo antiguo. La fachada exterior se resuelve con una celosía cerámica ligeramente retrasada del plano original y que reproduce la textura rugosa, densa e irregular de los sillares de piedra y, conjuntamente con la nueva cubierta de teja, propugna la continuidad visual y la integración con la fábrica original. Para el interior en cambio, se propone un revestimiento de ladrillo perforado y pintado de blanco que juntamente con el techo de cerchas metálicas, exalta el contraste y la discontinuidad. Un diálogo de complementarios entre lo nuevo y lo antiguo.
La luz penetra en el interior a través de los poros de la envolvente. Las nuevas aberturas del interior, enmarcadas como cajas suspendidas, filtran la luz pero niegan las vistas. Con todo, se restituye el carácter introspectivo y sacro del edificio original y se instaura un ambiente de reposo e ingravidez, algo que también se acentúa con la luz artificial que queda suspendida. Finalmente la propuesta prescinde del antiguo acceso de la cabecera -una puerta introducida por el ayuntamiento tras el derrumbe de la iglesia- y se habilita como alternativa un nuevo ingreso en el patio lateral, el lugar del antiguo foso. La transformación de este espacio en un nuevo patio de acceso dignifica un lugar que hasta ese momento había quedado asfixiado por la gran medianera vecina. La pérgola, los árboles, la vegetación tapizante y la cadena de agua dibujan una nueva escenografía que sirve de umbral de entrada al interior de la iglesia.
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