Santa Pola es un pueblo de veraneo de la Costa Blanca que en las últimas décadas ha crecido volcado al mar, pendiente del turismo vacacional. Es un caso habitual de “urbanismo de sol y playa” con nuevos desarrollos fragmentados e inconexos que en 2009 empezó a plantear la idea de un Carril Bici que uniese sus dos grandes núcleos (su centro tradicional y Gran Alacant) atravesando la Sierra que hay entre ambos.
Al estudiar la zona quedó patente que la Sierra no debía ser tratada como un separador, sino como un elemento del paisaje con la potencia suficiente para dar sentido a todo aquel conjunto urbanístico disperso; sería un gran pulmón verde repleto de senderos, conexiones y elementos de interés geológico, histórico y deportivo.
Frente al esperado trazado lineal y continuo de hormigón de un carril bici convencional, se proyectó una red de rutas, con actuaciones concentradas en los principales nodos. Esto servía para distribuir por fases y de manera controlada el bajo presupuesto que había disponible para tan enorme ámbito de actuación.
Se intervino en este entorno reparando elementos, instalando mobiliario y señalética. Eran operaciones puntuales y controladas para sutilmente dar forma a las múltiples rutas dentro de este entorno natural. Se trataba de proponer itinerarios al visitante, facilitar actividades a los usuarios y regularlas allá donde el medioambiente lo requiriera. De manera global, se pretendía potenciar un plan de usos para el Parque de la Sierra de Santa Pola, revalorizando estética y ambientalmente los entornos de patrimonio: torres vigía, aljibes e instalaciones militares de la Guerra Civil, que funcionan como puntos de orientación en los recorridos y que restaurados configurarían una red de patrimonio visitable de alto valor. También se introdujeron nuevos elementos de acceso a la Sierra y zonas de observación como el mirador del Faro.
Este mirador toma la forma de un paseo por el aire que suavemente discurre entre la cornisa del cabo, adaptando sus curvas a la topografía para generar un elemento visible pero sutil, y a la vez un punto desde el que observar el paisaje del gran arrecife fósil que es el cabo sobre el que se asienta. Podríamos decir que los perfiles del mirador remiten a la ondulación de las olas del mar mediterráneo frente al que se encuentra, o al movimiento de los parapentistas que constantemente planean sobre la zona. Pero son sólo algunas referencias naturales de las muchas que podrían encontrar en este paisaje cuando se visita. Obviamente ha influido la topografía muy característica del Cabo de Santa Pola, que es un gran macizo plano que se rompe con caídas de más de 100 metros en sus bordes. Esta rotura abrupta da la posibilidad de mantener un equilibrio entre avanzar sobre el aire, “salir, entrar, asomar”. Y la posibilidad estructural se acotó en un fino equilibrio entre la economía de materiales y el impacto visual que tiene la pasarela desde diversos puntos de la zona.
Otro rasgo del entorno, clave en el diseño, es el agresivo ambiente marino, con vientos constantes y un fuerte sol. Debido a esto se eligió un acero galvanizado en caliente para la estructura y un tablero de resinas estratificadas a alta presión para las superficies horizontales como suelos y asientos. Ambos están preparados para resistir las inclemencias meteorológicas en el entorno natural.
En un enclave tan delicado y a la vez tan impresionante como este accidente geográfico se ha pretendido posar un objeto que mantuviera su independencia mientras estuviera en el aire, pero que en los arranques y llegadas al suelo se fundiese con el mismo, primero cogiendo el tono marrón de la tarima, luego la materialidad áspera del pavimento de mampuesto hasta volver a la roca de la que nace cada uno de sus apoyos.
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