Oriol Bohigas (Barcelona 1925 – Barcelona 2021) deja un legado inmenso como arquitecto y urbanista, y tal vez el más importante sea la propia Barcelona, no como obra suya sino por ser él la cabeza visible de una transformación que redefinió la ciudad.
Barcelona fue el tema de su tesis doctoral, en la que trató la arquitectura neoclásica-romántica en Barcelona (1963). Un año antes ya se había asociado con quienes va a compartir su vida profesional, Josep Maria Martorell y David Mackay, aunque gran parte de su actividad se va a centrar en la docencia y la divulgación. Gana la cátedra de composición de la ETSAB en 1971 y en 1974 entra como miembro del consejo editorial de una revista que tendría una enorme influencia en sus coetáneos: Arquitecturas-bis.
La Barcelona de hoy no se puede estudiar sin analizar el pensamiento y la actividad de Oriol Bohigas que no sólo dirigió la propuesta de la apertura de la ciudad al mar, sino que abrió Barcelona a la arquitectura internacional promoviendo una intensa actividad de intercambio de conocimiento con los máximos representantes de la cultura arquitectónica del momento.
Este no es el medio para abarcar su obra y pensamiento. Surgirán monografías y estudios que sintetizarán mejor el legado, pero hemos querido dejar constancia de su pensamiento sobre la ciudad en un momento en el que es más necesaria que nunca una reflexión sobre cómo nos vamos a relacionar y cómo vamos a vivir en un mundo cuya complejidad puede ser paralizante.
En 1999, el premio más antiguo del sector, la medalla de oro que el Royal Institute of British Architects, rompía una tradición secular y distinguía como merecedora del Premio no a una persona en concreto, sino a una ciudad: Barcelona, decidía que la contribución más brillante del sur de Europa a la escena internacional era el conjunto de transformaciones urbanas que la capital catalana había llevado a cabo desde la restauración española de la democracia. Oriol Bohígas fue el arquitecto encargado de dar réplica al Premio.
Recordamos, como síntesis del pensamiento de Bohigas, el discurso que dio como agradecimiento a la Medalla de Oro concedida por el RIBA en 1999.
"Estoy muy agradecido al RIBA por haber incluido mi nombre en el Premio Medalla de Oro de este año. Es un gran honor. Pero considero que mi presencia aquí se justifica solamente como representante de todos los arquitectos y especialistas técnicos que han trabajado en la renovación de Barcelona desde 1980, especialmente mis habituales colaboradores Josep Martorell, David Mackay y Albert Puigdomènech. Por primera vez, esta medalla no es otorgada a un arquitecto sino a toda una ciudad. Esta es una decisión muy importante. Las ciudades modernas no están hechas por arquitectos, ingenieros, urbanistas, geógrafos o economistas sino por todos los ciudadanos representados por políticos democráticamente elegidos que con antelación han propuesto públicamente su idea política de ciudad. En base a este criterio me gustaría desarrollar en 10 puntos una metodología urbanística que puede inferirse de una realidad política de Barcelona:
La ciudad es un fenómeno político y como tal está cargado de ideología y praxis política. Es la continuidad de una ideología en común que ha significado compartir los mismos programas que formularon los tres alcaldes socialistas —Serra, Maragall y Clos2— junto a sus colaboradores propiciando la transformación coherente de Barcelona. Esta continuidad ha posibilitado además seleccionar especialistas técnicos que personal y profesionalmente acuerden con las ideas políticas planteadas.
Estas ideas políticas y urbanas se basan en una afirmación radical: la ciudad es un ámbito físico indispensable para el desarrollo moderno de una comunidad coherente; no es el lugar del individuo sino el lugar de los individuos que juntos conforman una comunidad. Es el lugar que ofrece las más absolutas garantías de información, accesibilidad al producto de esa información e implementación de cualquier programa sociopolítico. Puede que no haya civilización alguna sin estos tres factores. Las nuevas voces de la tecnología han planteado recientemente la tendencia a afirmar que la ciudad tradicional se va a ver reemplazada por una serie de redes telemáticas que conformarán una ciudad sin un sitio. En primer lugar, esto es un sinsentido antropológico y ecológico. Es una visión expresada por ciertas ideas políticas que se oponen a priorizar lo colectivo favoreciendo la privatización del ámbito público en beneficio de las clases económicamente dominantes.
La ciudad nos ofrece ciertos instrumentos de información irreemplazables. Me refiero a la presencia enriquecedora de las tensiones y la oportunidad. Es solo a través de la superposición potencialmente conflictiva de singularidades y diferencias que se puede lograr progresar en el proceso de la civilización dejando la estructura de la tribu para encaminarse a la cohesión civilizadora de la ciudad.
La ciudad es un centro de conflictos enriquecedores que solamente se resuelven en su afirmación como tales o en la coexistencia con otros conflictos de diferentes orígenes. Aunque aquí solamente estoy haciendo referencia a cuestiones morfológicas, me parece que el gran error del urbanismo de la Carta de Atenas fue el intentar eliminar estos conflictos. Es decir, elimnarlos en lugar de resolverlos mediante el reconocimiento de otros conflictos. Las autopistas urbanas, las 7 formas de organizar la movilidad en la ciudad de Le Corbusier, la zonificación funcional, los centros direccionales y las grandes áreas comerciales no han resuelto los problemas, sino que han destruido el carácter y la función de muchas ciudades europeas.
Si partimos de la idea de que la ciudad es el ámbito físico del desarrollo moderno de la comunidad, debemos aceptar que en términos físicos la ciudad es la conjunción de sus espacios públicos. El espacio público es la ciudad: tenemos aquí uno de los principios básicos de la teoría urbana propuesta por los tres alcaldes socialistas de Barcelona. Debo aclarar que cuando hablamos del espacio público estamos haciendo referencia no solamente a los espacios urbanos –calles, plazas y jardines– sino también a la incorporación de la arquitectura a los servicios comunitarios.
La identidad del espacio público está ligada a la identidad física y social de su entorno más amplio. Sin embargo, esta identificación está sujeta a los límites de escala que normalmente son menores que los de la ciudad en su conjunto. Siendo así, si se deben mantener y crear auténticas identidades colectivas, es necesario entender a la ciudad no como un sistema global y unitario sino como un número de pequeños sistemas relativamente autónomos. En el caso de la reconstrucción de la ciudad existente, estos sistemas autónomos pueden coincidir con la composición tradicional del barrio. En el caso de la expansión o en el de una nueva implantación, será necesario establecer los nuevos límites físicos y sociales. Creo que entender a la ciudad como la suma de sus barrios o fragmentos identificables –por supuesto, sin olvidar otras formas generales de coherencia– ha sido también uno de los criterios básicos en la reconstrucción de Barcelona, con toda su significación política y con la creación de los correspondientes instrumentos administrativos descentralizados. No obstante, abordamos no simplemente el tema de la identidad del barrio sino también la identidad representativa particular de cada fragmento del espacio urbano, en otras palabras, la coherencia de su forma, función e imagen. El espacio destinado a la vida en comunidad no debe ser un espacio residual sino planificado, significativo y diseñado en detalle al que se deben subordinar las diversas construcciones públicas y privadas.
Si no se establece esta jerarquía, la ciudad deja de existir. Es lo que puede verse en tantos barrios residenciales y zonas periféricas de ciudades europeas que se han alejado de los valores urbanos para transformarse en parodias de ciertas ciudades americanas o asiáticas.
Como señalé anteriormente, la forma diseñada del espacio público –es decir, de la ciudad– tiene que cumplir con otra condición: ser fácilmente legible, se la debe comprender en su conjunto. Si no es así, si los ciudadanos no tienen la sensación de dejarse llevar por los espacios que comunican su identidad y permiten predecir itinerarios y convergencias, la ciudad pierde una parte importante de su capacidad en términos de información y accesibilidad. En otras palabras, deja de contener e incentivar la vida en comunidad.
Para establecer un lenguaje comprensible es necesario reutilizar las palabras y la sintaxis que el ciudadano ya ha asimilado a través de la acumulación y superposición de términos que pertenecen a una gramática tradicional. No se trata de reproducir textualmente las morfologías históricas sino de reinterpretar lo que sea legible y antropológicamente representado en la calle, la plaza, el jardín, el monumento, la manzana, etc. Sin duda, muchos urbanistas supuestamente innovadores me acusarán de ser conservador, reaccionario, anticuado. Pero quiero insistir en el hecho de que la ciudad tiene un lenguaje propio del que es muy difícil escaparse. No es cuestión de reproducir los bulevares de Haussmann, la traza urbana del siglo XIX, las plazas barrocas, los jardines de Le Nôtre y Capability Brown. Se trata de analizar, por ejemplo, cuáles son los valores centrípetos de las plazas, cuál es el poder multifuncional de una calle comercial, cuáles son las dimensiones que han permitido el establecimiento de las tipologías más frecuentes. Además, se trata de ser consciente de que el abandono de estos cánones conduce a la muerte de la ciudad: los espacios residuales de la periferia y de los barrios residenciales, los grandes centros comerciales en las afueras de la ciudad, las autovías urbanas, el campus universitario a una considerable distancia del núcleo urbano, etc.
Todas las consideraciones mencionadas nos llevan a otra conclusión muy importante a la que Barcelona ha logrado adaptarse hasta ahora de una manera radical y que, a su vez, está actualmente ganando terreno en muchas ciudades europeas: los instrumentos urbanísticos para la reconstrucción y expansión de una ciudad no pueden limitarse a planes generales de carácter normativo y cuantitativo. Es necesario profundizar en función de lo que se le requiere al diseño. Es necesario definir concretamente las formas urbanas. En otras palabras, en lugar de utilizar planes generales planteados como documentación suficiente, se deben imponer proyectos urbanos puntuales.
Si se me permite cierto grado de exageración, diría que es cuestión de reemplazar el urbanismo por arquitectura. Es necesario diseñar el espacio público –es decir, la ciudad– punto por punto, área por área, en términos arquitectónicos. El plan general puede funcionar bien como programa de intenciones pero no será efectivo h asta no convertirse en la suma de los proyectos mencionados, incluyendo además el estudio de los sistemas generales a gran escala y la definición política de los objetivos y métodos, seguramente lo más importante.
Durante estos últimos treinta años los planes generales han justificado la disolución de la ciudad en toda Europa, la ausencia de continuidad física y social, la fragmentación en guetos. Además, han abierto el camino a la especulación delictiva en tierras no urbanizables y han falseado un espíritu de participación popular cuyos criterios no pueden llevarse lógicamente más allá de la dimensión local del barrio.
Controlar la ciudad en base a una serie de proyectos urbanos en lugar de hacerlo en base a planes generales no formalizados posibilita dar continuidad al carácter urbano, la continuidad de centralidades relativas. Esta es una manera de superar las agudas diferencias sociales entre el centro histórico y la periferia.
Soy consciente de que en estos últimos pocos años muchas voces se han expresado en defensa de la ciudad difusa, desdibujada y no formalizada en las zonas periféricas como un futuro deseable y previsible para la ciudad moderna. La ville eclatée, el terrain vague. Esta postura me parece extremadamente errónea. Las periferias no se han construido para satisfacer los deseos de los usuarios. Han surgido por dos razones que se corresponden con los intereses del capital invertido en el desarrollo público y privado y con los de la política conservadora: explotar –mediante la especulación– el valor de terrenos ubicados fuera del área destinada a desarrollo y segregar del cuerpo principal de la comunidad aquellos grupos sociales y actividades que las clases dominantes consideran problemáticos. Los urbanistas que defienden el modelo de la periferia parecen no darse cuenta de que están poniéndose a favor de los especuladores del mercado sin sumar ningún tipo de consideración ética. No se tiene en cuenta el daño económico y social sufrido por la periferia e incluso por las zonas residenciales. En otras palabras, no se considera la ausencia de cultura.
Ninguna propuesta urbanística tendrá sentido si no se basa en la calidad arquitectónica. Este es un tema difícil. Si la ciudad y la arquitectura deben estar al servicio de la sociedad, necesitan ser aceptadas y entendidas por la sociedad. Pero si la arquitectura es un arte, una labor cultural, debe ser un acto de innovación hacia el futuro en oposición a las prácticas establecidas. La buena arquitectura no puede evitar ser una profecía en conflicto con la realidad. El servicio actual aquí y ahora frente a una profecía contestataria es un dilema difícil que la buena arquitectura tiene que resolver.
No quiero concluir sin hacer referencia a otro problema arquitectónico. Es evidente que hoy en día existe una gran división en la diversidad de la producción arquitectónica. Por un lado, hay una escasa producción de grandes arquitectos que se publica en revistas y se muestra en exposiciones. Por el otro, hay superabundancia de arquitectura real que se construye en nuestras horribles zonas residenciales, a lo largo de nuestras costas turísticas, de los márgenes de las autopistas, en nuestros centros comerciales. Se trata de una muy mala arquitectura, la peor en la historia, destruye ciudades y paisajes.
Existen muchas razones que pueden explicar este fenómeno, pero las más evidentes son la peculiaridad tipológica de los grandes proyectos y la comercialización de la arquitectura vulgar. Los grandes proyectos ya no son capaces de formular modelos metodológicos y estilísticos; como resultado, la mayor parte de la arquitectura vulgar ni siquiera puede recurrir a una copia forzada.
Evidentemente hoy no estamos en condiciones de exigir la creación de modelos académicos como ha ocurrido en la historia de todos los estilos. Tal vez la única posibilidad que tengamos es la de establecer una norma que sea más metodológica que estilística: la arquitectura debería primordialmente ser una consecuencia de la forma de la ciudad y del paisaje y debería participar en su nueva configuración.
Este sería un buen instrumento para un nuevo orden en oposición a elucubraciones autosuficientes sobre qué es la buena arquitectura y a la ausencia de cultura en la arquitectura vulgar.
Comencé hablando de la ciudad como proyecto arquitectónico y he terminado hablando de la arquitectura como un proyecto para la ciudad. Mi intención fue dar un discurso simple e informal en agradecimiento a la medalla. Pero veo que ha resultado ser demasiado académico y, en consecuencia, aburrido y pedante. Por favor, perdónenme. No pude resistir la tentación de señalar estos diez puntos programáticos sucesivos e interrelacionados que representan el resultado de la misión inicial de la política urbanística en Barcelona. Estos puntos y su coherencia metodológica no hubiesen sido posibles sin el lineamiento político de nuestros tres alcaldes socialistas: Serra, Maragall y Clos. El mérito es de ellos y son ellos los que merecen nuestro agradecimiento."
Han pasado más de veinte años desde este discurso. El mundo ha cambiado y la pandemia ha acelerado una transformación que todavía no se sabe cómo va a modificar el urbanismo y, tal vez, esa imagen de una cuidad sin lugar, que le parecía aberrante a Bohigas, no está tan alejada de la que definan los nómadas digitales, pero, en esencia, los diez puntos programáticos que en el discurso plantea Oriol Bohigas son deseables como puntos de referencia para lograr un espacio de vida en común, rico en calidad de vida personal y cultural.
La transformación de Barcelona en los años de la transición quedará en la Historia como una oportunidad muy bien gestionada. Recordamos este momento del que Oriol Bohigas fue protagonista, como homenaje al arquitecto fallecido el pasado 30 de noviembre.
Martorell, Bohigas, Mackay. Proyecto de ciudad olímpica, Barcelona 1988.
Bohigas, O. (2019). Discurso tras la recepción del Premio Medalla de Oro del RIBA (Traducción Patricia Allen). A&P Continuidad (10), 12-17. Originariamente pronunciado en catalán, el texto fue publicado en inglés en el número 2 de Annals d’arquitectura (abril del 2001), revista de la Escola Tècnica Superior d›Arquitectura de Barcelona (ET-SAB) de la Universitat Politècnica de Catalunya.
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Publicado: Dec 22, 2021